Mrinal Sen estudió químicas en la Scottish Church College, que, dice, era "un semillero de los estudiantes radicales por la liberación". "En esta universidad protestante, fué el Prof. Mohit Choudhury quien nos enseñó la Biblia," Sen recuerda. "Me encanta la Biblia. Yo la trato como una pieza de literatura en vez de un tratado religioso", añade. "Hubo un tiempo cuando yo estaba absorto en la lectura de un amplio numero de temas y autores. Como socio de la Biblioteca Imperial (que más tarde se convirtió en la Biblioteca Nacional), leí a Firdaus, Fitzgerald, Nietzsche, Marx.
Durante 1937 - 1938, la Brigada Internacional se creó por la Guerra Civil española. Uno de los más grandes escritores de todos los tiempos formó parte de ella. Stephen Spender y Hemingway eran dos de ellos. Me atreví a con un largo poema de Pablo Neruda, que entonces era perseguido por la policía. Se titulaba, "Fugitivo en algún lugar de América". Ralph Fox, quien murió en la guerra española a los 36 años me fascinó mucho.
Durante ese tiempo, yo había visto una película de P.C.Barua y esas experiencias me inspiraron a escribir un artículo : EL CINE Y LA GENTE.
El Partido Comunista de la India fue prohibido en ese momento, y la asociación política era con personajes que estaban ilegales. Se convirtió en un participante entusiasta y activa en las actividades de la Asociación del Teatro para el Pueblo (IPTA), fundada en esa época, una organización cultural, destinada a elevar la conciencia política entre las masas en contra del gobierno británico, a través del teatro. Dado que el IPTA era conocido por ser el brazo cultural del Partido Comunista de la India. La relación de Sen con el IPTA lo llevó a un más estrecho contacto con el pueblo y también con artistas que compartían su ideología política y la filosofía social. "Yo estaba muy impresionado de que el arte puede hacer mucho por el pueblo, que podría crear un cierto clima." , recuerda.
"Yo no sabría decir si anteriormente era más o menos un marxista. Pero definitivamente sé que se que me he movido de donde estaba hace años. He cambiado con la edad y la experiencia. He visto mucho, perdido mucho, adquirido mucho y aprendido mucho. Tengo un diálogo conmigo mismo y lo llevo a mi arte. El cine está evolucionando todo el tiempo y lo hace con rapidez. La tecnología tiene una fuerte influencia sobre él. Cambia las dimensiones del arte. Yo también, he cambiado con el tiempo. "
Curiosamente, Mrinal-da, nunca ha sido miembro del Partido Comunista de la India, de hecho, él se separó del mismo en 1964. "Voy a mi manera. Yo voy según conciencia. No tengo que seguir las órdenes del Partido." dijo una vez.
La hambruna de Bengala en 1943, dejó una profunda impresión en Mrinal, con tan sólo 20 años de edad. Esta impresión se ha mantenido durante toda su vida. BAISHEY SRAVAN, era su manera de purgarse de los recuerdos traumáticos de aquella época. El hambre mató a 5 millones de personas en Bengala. "No puedo recordar un solo día cuando no tenía que pasar por encima de 7 o más cuerpos muertos, tirados allí .... Simplemente de hambre caían muertos", dice. Los disturbios en Calcuta el 16 de agosto de 1946, que tuvo un alto coste en vidas inocentes, también le perturbabó profundamente. En estos acontecimientos históricos y la ciudad de Calcuta encontró su expresión, la reflexión, cuestionamiento y la interpretación en muchas de sus películas.
Sen se enamoró de Geeta, una actriz de teatro y tienen un hijo, Kunal. Sen dice: "Yo nací de padres bengalíes, me casé con una bengalí, y vivimos en un medio bengalí. Pero no hay casi nada que pudiera ser llamado realmente bengalí o realmente la India o puramente alemán. Vivimos en una especie de cultura bastarda, que es buena para mí. Creo que, tarde o temprano, se llegará a una etapa en la que encontrar una identidad cultural, encontrar las raíces culturales, será un ejercicio en futilidad.
Después de estudiar grabación de sonido en los estudios Aurora, y junto a su experiencia en el teatro, pudo rodar su primer largometraje, Raat Bhor, en 1956.
Su cine también ha estado marcado más por la diversidad que la uniformidad, incluso por el estancamiento, a veces, cuando dejó de hacer películas durante 8 años. Esto, sin embargo, es precisamente lo que hace que él y sus películas sean el tema de debate y discusión.
Shoma Chatterjee
REVISTA DE CINE
miércoles, 22 de diciembre de 2010
miércoles, 15 de diciembre de 2010
GANDHI y RABINDRANATH TAGORE
Dado que Rabindranath Tagore y Mohandas Gandhi fueron dos de los principales pensadores indios de este siglo, muchos estudiosos han intentado comparar sus ideas. Al enterarse de la muerte de Rabindranath, Jawaharlal Nehru, quien entonces se encontraba encarcelado en una prisión británica de la India, escribió en su diario el 7 de agosto de 1941:
Gandhi y Tagore. Individuos por completo diferentes entre sí, pero típicos de la India, los dos inscritos en la larga fila de grandes hombres de su patria... No es tanto debido a alguna virtud aislada sino al tout ensemble, por lo que creo que entre los grandes hombres del mundo contemporáneo, Gandhi y Tagore fueron supremos como seres humanos. Qué buena suerte que haya podido estar en estrecho contacto con ambos.
A Romain Rolland le fascinaba el contraste entre ellos, y cuando terminó su libro sobre Gandhi, le escribió a un profesor indio en marzo de 1923: "Terminé mi Gandhi, en el que pago tributo a esas dos grandes mentalidades como ríos que desbordan el espíritu divino, Tagore y Gandhi". Al mes siguiente consignó en su diario algunas de las diferencias entre Gandhi y Tagore escritas por el reverendo C. F. Andrews, clérigo y activista público inglés que llevó estrecha amistad con ambos hombres (y cuya importante participación en la vida de Gandhi en Sudáfrica y en la India refleja muy bien la película Gandhi de Richard Attenborough). Andrews refiere a Rolland una discusión entre Tagore y Gandhi presenciada por él, en torno a temas que los dividían:
El primer tema de discusión fueron los símolos. Gandhi los defendía, pues consideraba que las masas no podían responder de inmediato a las ideas abstractas. Tagore no soportaba ver que se tratara siempre al pueblo como a un niño. Gandhi aducía todo lo que la bandera, como símbolo, había conseguido en Europa; a Tagore eso le parecía fácilmente objetable, pero Gandhi perseveró y comparó las banderas europeas que mostraban águilas, etcétera, con la suya propia, en la que había puesto una rueca. El segundo tema de discusión fue el nacionalismo, defendido por Gandhi. Afirmaba que se debe pasar por el nacionalismo para llegar al internacionalismo, de la misma manera que debe pasarse por la guerra para llegar a la paz.
Tagore sentía gran admiración por Gandhi, pero difería de él en diversos asuntos, entre ellos el nacionalismo, el patriotismo, la importancia de los intercambios culturales, la racionalidad y la ciencia, así como sobre la naturaleza del desarrollo económico y social. Estas diferencias, diría yo, presentan una pauta clara y constante: Tagore lucha por un ámbito más amplio de razonamiento, por una perspectiva menos tradicionalista, con mayor interés por el resto del mundo y más respeto por la ciencia y la objetividad en general.
Rabindranath sabía que no habría podido brindarle a la India el liderazgo político que Gandhi le confirió, y nunca hubo ironía en su reconocimiento de lo que Gandhi hizo por la nación (de hecho, fue Tagore quien popularizó el tratamiento de "Mahatma" –alma grande– para Gandhi). Sin embargo, los dos fueron siempre profundamente críticos de muchas de las ideas que el otro defendía. El que Mahatma Gandhi haya recibido mucha más atención fuera y dentro de la India es lo que confiere tanta importancia a "la perspectiva de Tagore" respecto a los debates entre él y Gandhi.
En su diario de la cárcel, Nehru escribió: "Tal vez sea bueno que [Tagore] se haya muerto ahora sin ver los horrores que sobrevendrán en número cada vez mayor en el mundo y la India. Ya había visto bastantes y le inferían una tristeza infinita". Hacia el final de sus días, Tagore desesperaba ante la situación de la India, especialmente por su carga habitual de problemas, como el hambre y la pobreza, a las cuales se sumaba la incitación organizada a la violencia entre hindúes y musulmanes. Este conflicto llevaría en 1947, seis años después de la muerte de Tagore, a las matanzas generalizadas que se dieron durante la separación; pero ya había corrido mucha sangre durante los últimos días de su enfermedad. En diciembre de 1939 le escribió a su amigo Leonard Elmhirst, filántropo y reformista social inglés con quien había colaborado muy de cerca en la reconstrucción rural de la India (y quien había fundado en Inglaterra el Dartington Hall Trust y una escuela progresista en Dartington que se apegaba explícitamente a los ideales pedagógicos de Rabindranath):
No hace falta ser un derrotista para experimentar profunda ansiedad por el futuro de millones que, no obstante su cultura innata y sus tradiciones pacíficas, se ven sometidos simultáneamente al hambre, a la enfermedad, a la explotación de propios y extraños, y al descontento del comunalismo.
¿Qué habría pensado Tagore de la India actual?, podemos preguntarnos a sesenta años de la independencia de 1947. ¿Vería progreso, un desperdicio de oportunidad, tal vez incluso una traición a sus promesas y convicciones? Y, pasando a un tema más amplio, ¿cómo reaccionaría al difundido separatismo cultural del mundo contemporáneo?
FRANCISCO VALDES UGALDE
FRANCISCO VALDES UGALDE
martes, 14 de diciembre de 2010
GUERRAS GITANAS
GUERRAS GITANAS
No hice la mili, nunca tuve consolas con complicados juegos de estrategia militar. Parecería que nunca participé en ninguna batalla, real o virtual, pero es cierto que además de socializarme con los clásicos juegos de piratas o indios y vaqueros con los que los amigos del barrio pasábamos horas en la primera infancia, sí crecimos en algo que parece estar muy actual en la política contemporánea: la cohesión y el miedo frente al enemigo común. Y ese no era otro que el miedo al gitano.
No recuerdo cuando oí hablar por primera vez de los gitanos, esos personajes misteriosos que acechaban como sombras por las esquinas y que representaban justo lo contrario de lo que mi madre quería para mi, que curiosamente solía ser lo que yo hacía y más me satisfacía: “péinate anda que pareces un gitano, no se escupe al suelo eso es de gitanos. Mira como vienes de la calle, si es que sois como gitanos”.
Mi barrio era uno de tantos barrios obreros del sur de Madrid con pisos construidos al hilo de la inmigración de los 60 como viviendas para trabajadores de una de las muchas fábricas que surgieron en esa época.
Pero tenía sus fronteras perfectamente delimitadas y como en el viejo oeste, más allá de éstas se encontraba el territorio salvaje, inhóspito y hostil de los gitanos: núcleos de chavolas y casas viejas se concentraban entre las afueras de mi barrio y las carreteras que lo rodeaban.
Desde muy niños, pronto aprendimos que nuestro terreno de juegos podía ser invadido en cualquier momento por “bandas” de gitanillos que penetraban en nuestro seguro mundo arrasando con ellos confianzas, diversiones, balones , cromos, peonzas o la tragedia de las tragedias: alguna bicicleta. . Bandas que se dejaban ver provocando el miedo en los “inocentes niños buenos” que por allí andábamos.
Y entre esos gitanillos enseguida un nombre empezó a hacerse fuerte en nuestros temores: Abraham.
El Abraham, como así le llamábamos, tendría dos o tres años más que yo. No era el color rubio de su rizado pelo lo que nos imponía, que a diferencia del negro cabello de sus congéneres le hacían destacar por encima de ellos, ni su esmirriada figura, alta y delgada. El Abraham tenía una cualidad que le hacía temible a nuestros ojos. El Abraham era cojo. Arrastraba su pierna en un curioso baile cuando andaba. No sé por qué, un rasgo que de adultos no es más que una clara discapacidad a los ojos del niño se convertía en un rasgo de ferocidad. Como Jhon Silver, el famoso pirata de la pata de palo de la Isla del tesoro. Pero más feroz que su porte, era sin duda su leyenda, su halo enigmático. No sé cuando ni por qué se forjó ese halo, pero hay aprendizajes que en la vida de un niño de siete u ocho añitos parecen ser naturales en sí mismos, que siempre han estado ahí o que ha crecido con ellos. El Abraham era el gitano temido del barrio entre nosotros.
Iban pasando los años entre libros del colegio, bocadillos de nocilla y patadas al balón. Recuerdo días en que me desplazaba con mi colección de cromos de la liga de fútbol buscando entre los bloques cercanos otros niños con quien intercambiar los repetidos. Siempre el mismo ritual. Te cambio, vale. Sile, sile, nole ,nole, sile… cuando de improviso, dos o tres gitanos aparecían, nos pedían ver los cromos y se los llevaban como el esbirro del Señor Feudal que pasa a cobrar su tributo a la plebe. Afortunadamente el último fichaje de turno, ese que lo cambiaba por más de cincuenta cromos lo llevaba siempre escondido a buen recaudo, entre el calcetín y nunca sufrió ningún expolio. Recuerdo también como, en medio de un partidillo de fútbol con árboles haciendo de porterías en los entrebloques junto a casa, de pronto tres o cuatro gitanos llegaban. El miedo nos paralizaba. Nos pedían dar unas patadas al balón, y salían corriendo con el preciado tesoro entre los brazos frente a nuestra desolación y nuestra resignación.
Inventábamos estrategias como aquella de acordar una contraseña cuando alguien divisara a algún gitano y huir entonces despavoridos dispersándonos. Jugábamos con nuestra peonza y alguien del grupo gritaba -“Pipas!!. Y salíamos corriendo. Cuando nos juntábamos abroncábamos al vigía de turno porque normalmente avisaba sin peligro alguno. Que sí, que era el Abraham que lo he visto. Seguro. Pero ni Abrahám ni nada porque cuando los gitanillos aparecían nadie tenía valor suficiente para gritar nada. O como aquellos domingos en que planeábamos estrategias para avanzar en pequeñas avanzadillas hasta el cine del barrio. Aquel cine guardaba un sabor especial. Aun recuerdo su olor a sala cerrada con palomitas y cocacola. Pequeño y familiar, los fines de semana nos encontrábamos allí para ver la Guerra de las Galaxias o Indiana Jones o cualquiera de las películas de Bruce Lee gracias a estas últimas por cierto, terminábamos siempre peleados entre nosotros por intentar emular sus patadas y puñetazos. El cine siempre era una algarabía de risas, silbidos cuando la protagonista estaba buena o comentarios irónicos en alto en casi todas las escenas. Y es que era un cine tomado por los gitanos. Siempre avanzábamos dos del grupo, agachados hasta la siguiente esquina.
Comprobábamos que el territorio estaba despejado, y dábamos la señal para que avanzase el resto del grupo. Estrategia siempre inútil porque cuando llegábamos a la cola del cine a sacar las entradas, por más que nos quisiéramos sentir seguros por la presencia de otros chicos más mayores allí estaban el Abraham u otros gitanillos que se nos acercaban y nos preguntaban ¿Tenéis cromos?
Lo cierto es que el Abraham jamás nos quitó nada. Siempre fueron otros. Pero su sola figura ya merecía respeto.
Seguían pasando los años y la adolescencia iba haciendo su aparición entre los amigos del grupo. Empezaban a cambiar nuestros cuerpos, nuestros gustos, nuestras costumbres. Aunque en esos primeros años púberes se mezclaba en el mismo envase una mente infantil con una nueva mente adolescente que comenzaba a cuestionarse cosas. Como por ejemplo nuestra sumisión. Pronto comenzaron a oírse las primeras reflexiones del tipo Es que se lo ponemos a huevo.
Pero aunque nuestros cuerpos cambiaban había juegos que no abandonábamos como los siempre presentes partidos de fútbol. Cambiaba, eso sí, la ocupación del espacio. Zonas que hacía años eran impensables de transitar ahora expandíamos nuestras fronteras tanto mentales como físicas y nos íbamos a jugar más allá de las vías o de la carretera dejando atrás grupos de chabolas.
Uno de aquellos días en que jugábamos un partido en el Campo de Tierra fue quizá el punto de inflexión en mi guerra gitana particular. El campo en cuestión era un terreno de juego de verdad, donde jugaba uno de los equipos federados del barrio. Pero se encontraba al otro lado de la carretera descendiendo por una zona de pequeñas dunas de maleza, rastrojos, y escombros amontonados. Disfrutábamos del placer de unas porterías de verdad y una extensión grande para correr. Aquel día jugábamos mezclados con otra gente más mayor, conocidos de unos de mis amigos y ajenos al barrio y que tendrían unos dieciséis o incluso dieciocho años algunos de ellos. Yo me encontraba algo asustado. Ese era terreno gitano. Y aunque me sentía algo más tranquilo por la presencia de chicos mayores notaba en el aire cierto ambiente intranquilo.
Al poco de comenzar el partido los divisé. Como guerreros sioux, rígidos en lo alto, observando, acerté a ver primero a dos o tres figuras morenas sobre una de las dunas. Al poco fueron sumándose más, desaparecieron entre la última hondonada del terreno para aparecer descendiendo un grupo de más de diez, algunos mayores, y entre ellos una figura rubia que arrastraba la pierna al andar: el Abraham. Se mascaba la tragedia como diría algún comentarista deportivo. Ya me veía dando y recibiendo golpes para defender no ya los balones sino el poco dinero que pudiéramos llevar ya que últimamente se oían rumores sobre algún atraco buscando dinero, relojes o cazadoras. Aunque eso es otra historia ya que en aquellos años 80 obedecían más al asunto de la heroína que de las “guerras gitanas”.
Interrumpieron el partido. Ví como los más mayores de nuestro grupo se acercaban a ellos. Y entonces se produjo el milagro. No hubo amenazas, ni insultos, ni empujones. Por primera vez observé como el diálogo y la cooperación soluciona conflictos porque al poco organizamos un partido de payos contra gitanos. Y ahí estaba el Abraham de portero, arrastrando su pierna, intentando poner freno a una goleada brutal que saboreé como una auténtica victoria.
Y con el paso de tiempo los partidos se hacían más distanciados, empezamos a sustituir los cromos y las peonzas por los litros, el tabaco, los besos robados a las chicas y las tardes enteras en el césped del parque. Los asaltos, como decía, comenzaron a ser fruto del caballo que golpeaba en aquellos años con toda su intensidad, mezclándose sólo en algunos casos con los gitanos.
Unas fiestas del barrio, mis diecisiete o dieciocho años se sumergían al calor de la tribu urbana prejuvenil. Como otros años rumores de pelea con cadenas y navajas entre algún grupo con los gitanos del cruce. Reponemos provisiones entre las casetas de la feria y la música de la orquesta. Traemos más litros de cerveza, más tabaco, más pipas. Un grupo de gitanos que dejan traslucir sus coqueteos con la droga nos acorrala, nos piden nuestra bebida y nuestras carteras. Esto ya no es un juego. Uno de mis amigos se adelanta. Somos colegas del Abraham, les dice. Frase salvadora. Se relaja la tensión. Les damos a beber unos tragos. Nos dejan marchar. Con dieciocho años aprendemos a desenvolvernos en las calles del barrio. Son duras y salvajes a finales de los 80.
La adolescencia pasó. El barrio expansionó sus fronteras dentro de mi mente. Y fuera de ellas cambió las chabolas por M-40s y nuevos pisos. Acabo de cumplir diecinueve años. Regreso de la Universidad a casa en cercanías. En mi alma se abre un futuro prometedor. Me siento con esa omnipotencia juvenil en que todo es posible. Cruzo las vías abandonadas que en su momento marcaron la frontera. Me acomodo en el parque. Es un día azul, luminoso y soleado. Saco mi tabaco de liar con el que me siento aún más adulto liándome un cigarrillo. Entonces me fijo en esa figura que cojea. Hacía años que no había vuelto a ver al Abraham. Viste ropa elegante, pasa a unos veinte metros de mí. Se fija en mi cigarro recién liado y me dice a voces. ¡Menudo porrito primo! Que va es tabaco de liar le respondo. ¡Ya ya , tabaco! Que lo disfrutes compadre. Creo que fueron las únicas palabras que nos dirigimos en nuestra vida. Desde luego él ni sabría quién era yo. Creo que fue de las últimas veces que le vi.
Me siento feliz como sólo un joven que ha dejado atrás la turbulenta adolescencia se puede sentir. Constato que las guerras gitanas que mi mente había construido han terminado. Ese día todo me parece posible. Aún no sabía que los enemigos de verdad, los que trae la vida y me harían madurar a golpes de dichas y de sufrimientos como siempre fue y siempre será, esos que sabrían a fracaso y desolación en ocasiones a impotencia y frustración en otras, que no quitan cromos pero que marcan sus señales en el cuerpo y en el alma, esos esperaban acechando en la esquina. Afortunadamente aquel día aún no lo sospechaba y cerré los ojos al sol de la mañana, abierto al presente y abierto a lo que el futuro me pudiera deparar.
Juan Carlos Perez Medina.
Escritor
No hice la mili, nunca tuve consolas con complicados juegos de estrategia militar. Parecería que nunca participé en ninguna batalla, real o virtual, pero es cierto que además de socializarme con los clásicos juegos de piratas o indios y vaqueros con los que los amigos del barrio pasábamos horas en la primera infancia, sí crecimos en algo que parece estar muy actual en la política contemporánea: la cohesión y el miedo frente al enemigo común. Y ese no era otro que el miedo al gitano.
No recuerdo cuando oí hablar por primera vez de los gitanos, esos personajes misteriosos que acechaban como sombras por las esquinas y que representaban justo lo contrario de lo que mi madre quería para mi, que curiosamente solía ser lo que yo hacía y más me satisfacía: “péinate anda que pareces un gitano, no se escupe al suelo eso es de gitanos. Mira como vienes de la calle, si es que sois como gitanos”.
Mi barrio era uno de tantos barrios obreros del sur de Madrid con pisos construidos al hilo de la inmigración de los 60 como viviendas para trabajadores de una de las muchas fábricas que surgieron en esa época.
Pero tenía sus fronteras perfectamente delimitadas y como en el viejo oeste, más allá de éstas se encontraba el territorio salvaje, inhóspito y hostil de los gitanos: núcleos de chavolas y casas viejas se concentraban entre las afueras de mi barrio y las carreteras que lo rodeaban.
Desde muy niños, pronto aprendimos que nuestro terreno de juegos podía ser invadido en cualquier momento por “bandas” de gitanillos que penetraban en nuestro seguro mundo arrasando con ellos confianzas, diversiones, balones , cromos, peonzas o la tragedia de las tragedias: alguna bicicleta. . Bandas que se dejaban ver provocando el miedo en los “inocentes niños buenos” que por allí andábamos.
Y entre esos gitanillos enseguida un nombre empezó a hacerse fuerte en nuestros temores: Abraham.
El Abraham, como así le llamábamos, tendría dos o tres años más que yo. No era el color rubio de su rizado pelo lo que nos imponía, que a diferencia del negro cabello de sus congéneres le hacían destacar por encima de ellos, ni su esmirriada figura, alta y delgada. El Abraham tenía una cualidad que le hacía temible a nuestros ojos. El Abraham era cojo. Arrastraba su pierna en un curioso baile cuando andaba. No sé por qué, un rasgo que de adultos no es más que una clara discapacidad a los ojos del niño se convertía en un rasgo de ferocidad. Como Jhon Silver, el famoso pirata de la pata de palo de la Isla del tesoro. Pero más feroz que su porte, era sin duda su leyenda, su halo enigmático. No sé cuando ni por qué se forjó ese halo, pero hay aprendizajes que en la vida de un niño de siete u ocho añitos parecen ser naturales en sí mismos, que siempre han estado ahí o que ha crecido con ellos. El Abraham era el gitano temido del barrio entre nosotros.
Iban pasando los años entre libros del colegio, bocadillos de nocilla y patadas al balón. Recuerdo días en que me desplazaba con mi colección de cromos de la liga de fútbol buscando entre los bloques cercanos otros niños con quien intercambiar los repetidos. Siempre el mismo ritual. Te cambio, vale. Sile, sile, nole ,nole, sile… cuando de improviso, dos o tres gitanos aparecían, nos pedían ver los cromos y se los llevaban como el esbirro del Señor Feudal que pasa a cobrar su tributo a la plebe. Afortunadamente el último fichaje de turno, ese que lo cambiaba por más de cincuenta cromos lo llevaba siempre escondido a buen recaudo, entre el calcetín y nunca sufrió ningún expolio. Recuerdo también como, en medio de un partidillo de fútbol con árboles haciendo de porterías en los entrebloques junto a casa, de pronto tres o cuatro gitanos llegaban. El miedo nos paralizaba. Nos pedían dar unas patadas al balón, y salían corriendo con el preciado tesoro entre los brazos frente a nuestra desolación y nuestra resignación.
Inventábamos estrategias como aquella de acordar una contraseña cuando alguien divisara a algún gitano y huir entonces despavoridos dispersándonos. Jugábamos con nuestra peonza y alguien del grupo gritaba -“Pipas!!. Y salíamos corriendo. Cuando nos juntábamos abroncábamos al vigía de turno porque normalmente avisaba sin peligro alguno. Que sí, que era el Abraham que lo he visto. Seguro. Pero ni Abrahám ni nada porque cuando los gitanillos aparecían nadie tenía valor suficiente para gritar nada. O como aquellos domingos en que planeábamos estrategias para avanzar en pequeñas avanzadillas hasta el cine del barrio. Aquel cine guardaba un sabor especial. Aun recuerdo su olor a sala cerrada con palomitas y cocacola. Pequeño y familiar, los fines de semana nos encontrábamos allí para ver la Guerra de las Galaxias o Indiana Jones o cualquiera de las películas de Bruce Lee gracias a estas últimas por cierto, terminábamos siempre peleados entre nosotros por intentar emular sus patadas y puñetazos. El cine siempre era una algarabía de risas, silbidos cuando la protagonista estaba buena o comentarios irónicos en alto en casi todas las escenas. Y es que era un cine tomado por los gitanos. Siempre avanzábamos dos del grupo, agachados hasta la siguiente esquina.
Comprobábamos que el territorio estaba despejado, y dábamos la señal para que avanzase el resto del grupo. Estrategia siempre inútil porque cuando llegábamos a la cola del cine a sacar las entradas, por más que nos quisiéramos sentir seguros por la presencia de otros chicos más mayores allí estaban el Abraham u otros gitanillos que se nos acercaban y nos preguntaban ¿Tenéis cromos?
Lo cierto es que el Abraham jamás nos quitó nada. Siempre fueron otros. Pero su sola figura ya merecía respeto.
Seguían pasando los años y la adolescencia iba haciendo su aparición entre los amigos del grupo. Empezaban a cambiar nuestros cuerpos, nuestros gustos, nuestras costumbres. Aunque en esos primeros años púberes se mezclaba en el mismo envase una mente infantil con una nueva mente adolescente que comenzaba a cuestionarse cosas. Como por ejemplo nuestra sumisión. Pronto comenzaron a oírse las primeras reflexiones del tipo Es que se lo ponemos a huevo.
Pero aunque nuestros cuerpos cambiaban había juegos que no abandonábamos como los siempre presentes partidos de fútbol. Cambiaba, eso sí, la ocupación del espacio. Zonas que hacía años eran impensables de transitar ahora expandíamos nuestras fronteras tanto mentales como físicas y nos íbamos a jugar más allá de las vías o de la carretera dejando atrás grupos de chabolas.
Uno de aquellos días en que jugábamos un partido en el Campo de Tierra fue quizá el punto de inflexión en mi guerra gitana particular. El campo en cuestión era un terreno de juego de verdad, donde jugaba uno de los equipos federados del barrio. Pero se encontraba al otro lado de la carretera descendiendo por una zona de pequeñas dunas de maleza, rastrojos, y escombros amontonados. Disfrutábamos del placer de unas porterías de verdad y una extensión grande para correr. Aquel día jugábamos mezclados con otra gente más mayor, conocidos de unos de mis amigos y ajenos al barrio y que tendrían unos dieciséis o incluso dieciocho años algunos de ellos. Yo me encontraba algo asustado. Ese era terreno gitano. Y aunque me sentía algo más tranquilo por la presencia de chicos mayores notaba en el aire cierto ambiente intranquilo.
Al poco de comenzar el partido los divisé. Como guerreros sioux, rígidos en lo alto, observando, acerté a ver primero a dos o tres figuras morenas sobre una de las dunas. Al poco fueron sumándose más, desaparecieron entre la última hondonada del terreno para aparecer descendiendo un grupo de más de diez, algunos mayores, y entre ellos una figura rubia que arrastraba la pierna al andar: el Abraham. Se mascaba la tragedia como diría algún comentarista deportivo. Ya me veía dando y recibiendo golpes para defender no ya los balones sino el poco dinero que pudiéramos llevar ya que últimamente se oían rumores sobre algún atraco buscando dinero, relojes o cazadoras. Aunque eso es otra historia ya que en aquellos años 80 obedecían más al asunto de la heroína que de las “guerras gitanas”.
Interrumpieron el partido. Ví como los más mayores de nuestro grupo se acercaban a ellos. Y entonces se produjo el milagro. No hubo amenazas, ni insultos, ni empujones. Por primera vez observé como el diálogo y la cooperación soluciona conflictos porque al poco organizamos un partido de payos contra gitanos. Y ahí estaba el Abraham de portero, arrastrando su pierna, intentando poner freno a una goleada brutal que saboreé como una auténtica victoria.
Y con el paso de tiempo los partidos se hacían más distanciados, empezamos a sustituir los cromos y las peonzas por los litros, el tabaco, los besos robados a las chicas y las tardes enteras en el césped del parque. Los asaltos, como decía, comenzaron a ser fruto del caballo que golpeaba en aquellos años con toda su intensidad, mezclándose sólo en algunos casos con los gitanos.
Unas fiestas del barrio, mis diecisiete o dieciocho años se sumergían al calor de la tribu urbana prejuvenil. Como otros años rumores de pelea con cadenas y navajas entre algún grupo con los gitanos del cruce. Reponemos provisiones entre las casetas de la feria y la música de la orquesta. Traemos más litros de cerveza, más tabaco, más pipas. Un grupo de gitanos que dejan traslucir sus coqueteos con la droga nos acorrala, nos piden nuestra bebida y nuestras carteras. Esto ya no es un juego. Uno de mis amigos se adelanta. Somos colegas del Abraham, les dice. Frase salvadora. Se relaja la tensión. Les damos a beber unos tragos. Nos dejan marchar. Con dieciocho años aprendemos a desenvolvernos en las calles del barrio. Son duras y salvajes a finales de los 80.
La adolescencia pasó. El barrio expansionó sus fronteras dentro de mi mente. Y fuera de ellas cambió las chabolas por M-40s y nuevos pisos. Acabo de cumplir diecinueve años. Regreso de la Universidad a casa en cercanías. En mi alma se abre un futuro prometedor. Me siento con esa omnipotencia juvenil en que todo es posible. Cruzo las vías abandonadas que en su momento marcaron la frontera. Me acomodo en el parque. Es un día azul, luminoso y soleado. Saco mi tabaco de liar con el que me siento aún más adulto liándome un cigarrillo. Entonces me fijo en esa figura que cojea. Hacía años que no había vuelto a ver al Abraham. Viste ropa elegante, pasa a unos veinte metros de mí. Se fija en mi cigarro recién liado y me dice a voces. ¡Menudo porrito primo! Que va es tabaco de liar le respondo. ¡Ya ya , tabaco! Que lo disfrutes compadre. Creo que fueron las únicas palabras que nos dirigimos en nuestra vida. Desde luego él ni sabría quién era yo. Creo que fue de las últimas veces que le vi.
Me siento feliz como sólo un joven que ha dejado atrás la turbulenta adolescencia se puede sentir. Constato que las guerras gitanas que mi mente había construido han terminado. Ese día todo me parece posible. Aún no sabía que los enemigos de verdad, los que trae la vida y me harían madurar a golpes de dichas y de sufrimientos como siempre fue y siempre será, esos que sabrían a fracaso y desolación en ocasiones a impotencia y frustración en otras, que no quitan cromos pero que marcan sus señales en el cuerpo y en el alma, esos esperaban acechando en la esquina. Afortunadamente aquel día aún no lo sospechaba y cerré los ojos al sol de la mañana, abierto al presente y abierto a lo que el futuro me pudiera deparar.
Juan Carlos Perez Medina.
Escritor
lunes, 13 de diciembre de 2010
MRINAL SEN, sus primeros años.
Mrinal Sen nació en el distrito de Faridpur, en 1923, ahora en Bangladesh. Era un pueblo pequeño con el sabor especial del campo. Los Sen era una familia numerosa con Mrinal - Da, uno de los cinco hermanas y siete hermanos. Su padre era un nacionalista convencido y un defensor de las causas perdidas.
Luchó por los combatientes de la libertad que habían pasado a la clandestinidad y apenas tenían alguna oportunidad de ganar, una vez que eran detenidos. Vivían en una extensa casa frecuentada por los familiares de estos combatientes sometidos a juicio o esperando la soga. Así, la policía un día asaltó la casa del pequño Mrinal Sen.
Cuando Mrinal tenía un año de edad, Deshbandhu Chittaranjan Das víno a Faridpur para presidir la Conferencia Provincial del los agricultores indios - el que iba a ser su último discurso. A la corta edad de ocho años, Mrinal fue detenido por haber participado en una procesión y cantando la entonces prohibida canción de Bankim Chandra "Bande Mataram". Como recordaría más tarde : "La policía nos rodeó, y mucha gente corriendo, pero yo no pude escapar, y fuí detenido junto con los demás. Yo era el más joven de ellos. El policía, me dijo que iba a ser golpeado hasta hacerme papilla porque yo era el más joven, y empecé a llorar. Así que estuve bajo custodia policial durante una hora o así, y entonces vinieron de mi casa y me llevaron. Ese fue mi primer encuentro con la policía ".
.. "La nuestra no era una familia económicamente acomodada, tampoco era pobre. Lo que pasaba es que era numéricamente enorme. Mi padre era un abogado -.. Independiente, recto y orgulloso, sin ser arrogante. Era el presidente de la Comisión de Abogados de nuestra pequeña ciudad.
A lo largo de su carrera, hizo su misión prestar apoyo jurídico a los activistas políticos - "luchadores por la libertad". Muy pocos eran los que podían escapar de la muerte en la horca. Mi padre sufrió la inhabilitación por 6 meses cuando boicoteó la sesión del tribunal en señal de protesta contra el arresto de Gandhi."
"Mi madre era una ama de casa tradicional, amorosa y cariñosa, de las que había millones de personas en el país".
"De lo que pude escuchar de mis padres, mi infancia no fué de color rosa pero tampoco faltó nada. Vagamente recuerdo un par de cosas que me pasó en mi infancia".
Un recuerdo doloroso fué de una hermana, más joven que él unos 10 a 12 años, que se ahogó y murió cuando ella tenía cinco años. Un pequeño Bedi - un monumento - fue construido en su memoria.
Mrinal Sen recientemente visitó Faridpur con Geeta, su esposa. "Yo estaba de visita en el lugar después de un intervalo de 47 años. Todo había cambiado por completo. Quería visitar ese Bedi de mi hermana. Para entonces, ya teníamos un centenar de personas que nos rodeaban. Alguien salió de la multitud y dijo:
" Usted está buscando el Bedi, ¿no? Vamos, yo se lo enseñaré. "Diciendo esto, él me llevó al Bedi, envejecido y triste por el poco cuidado, el único rastro de una hermana que murió antes de que pudiera conocerla mejor. No me pude aguantar. Rompí a llorar ", dice Mrinal Sen.
A los 17 años sus padres le enviaron a Calcuta para estudiar una carrera. "En la víspera de mi partida a la gran ciudad, les pregunté si, hasta ahora, habían notado algún rasgo de genialidad en mí." Se sintieron muy incómodos, no sabían qué responder. Les dije que no se preocuparan y cité a uno de los más grandes pensadores del mundo contemporáneo quien dijo: "Todos son genios hasta la edad de los diez años". Mis padres tuvieron que otorgarme el beneficio de la duda. "
"Tan pronto como llegué a la gran ciudad, fuí capturado por una especie de miedo de enfrentarse a una multitud, una multitud enorme, me sentí perdido Yo sentía que estaba solo en la multitud -.. Anónima, absorbida en lo suyo, como enjambres, indiferente a las personas, incluso amenazante y monstruosa. La difícil situación de una pequeño muchacho de pueblo que de pronto es empujado a un mundo extraño. Yo era un niño de inteligencia normal."
En retrospectiva, viniendo de un hombre que llegó a hacer cerca de 30 películas entre 1956 y 2002, esto pone de relieve lo poco que Mrinal Sen comprendía de su propio potencial.
La respuesta inicial fue deprimente. pero "sufrí una metamorfosis. A base de aumentar la interacción con todos, con la gente a mi alrededor, cerca de mí y no tanto, de una exposición contínua a los acontecimientos mundiales y al caos interno acumulado a un ritmo increíble, yo estaba empezando a cambiar." dice el Sen. Leyó el manifiesto final de Tagore - "La crisis de la civilización".
Éste le hizo ver el conocimiento. Con el tiempo, descubrió que Calcuta se había convertido en una parte inseparable de toda su existencia. Él había llegado a amarla. Su creciente amor - odio con la ciudad, "hasta hoy, actúa como estimulante o irritante, me siento a la vez tocado y conmovido por su vitalidad y juventud, su humor y desparpajo, y, de hecho, por su dimensión trágica, por su grandeza. y su mezquindad ."....... Continuará
SHOMA CHATTERJEE
Luchó por los combatientes de la libertad que habían pasado a la clandestinidad y apenas tenían alguna oportunidad de ganar, una vez que eran detenidos. Vivían en una extensa casa frecuentada por los familiares de estos combatientes sometidos a juicio o esperando la soga. Así, la policía un día asaltó la casa del pequño Mrinal Sen.
Cuando Mrinal tenía un año de edad, Deshbandhu Chittaranjan Das víno a Faridpur para presidir la Conferencia Provincial del los agricultores indios - el que iba a ser su último discurso. A la corta edad de ocho años, Mrinal fue detenido por haber participado en una procesión y cantando la entonces prohibida canción de Bankim Chandra "Bande Mataram". Como recordaría más tarde : "La policía nos rodeó, y mucha gente corriendo, pero yo no pude escapar, y fuí detenido junto con los demás. Yo era el más joven de ellos. El policía, me dijo que iba a ser golpeado hasta hacerme papilla porque yo era el más joven, y empecé a llorar. Así que estuve bajo custodia policial durante una hora o así, y entonces vinieron de mi casa y me llevaron. Ese fue mi primer encuentro con la policía ".
.. "La nuestra no era una familia económicamente acomodada, tampoco era pobre. Lo que pasaba es que era numéricamente enorme. Mi padre era un abogado -.. Independiente, recto y orgulloso, sin ser arrogante. Era el presidente de la Comisión de Abogados de nuestra pequeña ciudad.
A lo largo de su carrera, hizo su misión prestar apoyo jurídico a los activistas políticos - "luchadores por la libertad". Muy pocos eran los que podían escapar de la muerte en la horca. Mi padre sufrió la inhabilitación por 6 meses cuando boicoteó la sesión del tribunal en señal de protesta contra el arresto de Gandhi."
"Mi madre era una ama de casa tradicional, amorosa y cariñosa, de las que había millones de personas en el país".
"De lo que pude escuchar de mis padres, mi infancia no fué de color rosa pero tampoco faltó nada. Vagamente recuerdo un par de cosas que me pasó en mi infancia".
Un recuerdo doloroso fué de una hermana, más joven que él unos 10 a 12 años, que se ahogó y murió cuando ella tenía cinco años. Un pequeño Bedi - un monumento - fue construido en su memoria.
Mrinal Sen recientemente visitó Faridpur con Geeta, su esposa. "Yo estaba de visita en el lugar después de un intervalo de 47 años. Todo había cambiado por completo. Quería visitar ese Bedi de mi hermana. Para entonces, ya teníamos un centenar de personas que nos rodeaban. Alguien salió de la multitud y dijo:
" Usted está buscando el Bedi, ¿no? Vamos, yo se lo enseñaré. "Diciendo esto, él me llevó al Bedi, envejecido y triste por el poco cuidado, el único rastro de una hermana que murió antes de que pudiera conocerla mejor. No me pude aguantar. Rompí a llorar ", dice Mrinal Sen.
A los 17 años sus padres le enviaron a Calcuta para estudiar una carrera. "En la víspera de mi partida a la gran ciudad, les pregunté si, hasta ahora, habían notado algún rasgo de genialidad en mí." Se sintieron muy incómodos, no sabían qué responder. Les dije que no se preocuparan y cité a uno de los más grandes pensadores del mundo contemporáneo quien dijo: "Todos son genios hasta la edad de los diez años". Mis padres tuvieron que otorgarme el beneficio de la duda. "
"Tan pronto como llegué a la gran ciudad, fuí capturado por una especie de miedo de enfrentarse a una multitud, una multitud enorme, me sentí perdido Yo sentía que estaba solo en la multitud -.. Anónima, absorbida en lo suyo, como enjambres, indiferente a las personas, incluso amenazante y monstruosa. La difícil situación de una pequeño muchacho de pueblo que de pronto es empujado a un mundo extraño. Yo era un niño de inteligencia normal."
En retrospectiva, viniendo de un hombre que llegó a hacer cerca de 30 películas entre 1956 y 2002, esto pone de relieve lo poco que Mrinal Sen comprendía de su propio potencial.
La respuesta inicial fue deprimente. pero "sufrí una metamorfosis. A base de aumentar la interacción con todos, con la gente a mi alrededor, cerca de mí y no tanto, de una exposición contínua a los acontecimientos mundiales y al caos interno acumulado a un ritmo increíble, yo estaba empezando a cambiar." dice el Sen. Leyó el manifiesto final de Tagore - "La crisis de la civilización".
Éste le hizo ver el conocimiento. Con el tiempo, descubrió que Calcuta se había convertido en una parte inseparable de toda su existencia. Él había llegado a amarla. Su creciente amor - odio con la ciudad, "hasta hoy, actúa como estimulante o irritante, me siento a la vez tocado y conmovido por su vitalidad y juventud, su humor y desparpajo, y, de hecho, por su dimensión trágica, por su grandeza. y su mezquindad ."....... Continuará
SHOMA CHATTERJEE
Exito de la tercera edición de IMAGINEINDIA BARCELONA
ImagineIndia Bcn presenta: la otra cara de lndia, Mrinal Sen. Hace mucho tiempo que queríamos presentar un ciclo sobre el director indio Mrinal Sen. Sobre todas las cosas, porque no queríamos que el espectador español permaneciera indiferente ante uno de los maestros del cine indio, que todavía se encuentra vivo. Han sido muchos esfuerzos, muchas horas de dedicación pero el pasado sábado en Casa Asia, mientras veíamos como la gente iba llenado sus asientos en la Sala Samarcanda para presenciar la primera de las películas que compone la retrospectiva... nos dimos cuenta de que el esfuerzo había merecido la pena.
Desde estas líneas quiero agradecer a Casa Asia por convertirse, un año más, en la sede de esta retrospectiva que forma la programación de ImagineIndia Bcn para el presente año, y sobre todo, a Qazi Abdur Rahim, el director de ImagineIndia Film Festival, el festival de cine indio que desde hace nueve ediciones se presenta en Madrid a lo largo del mes de Mayo, por su generosidad al brindarnos estas copias, inexistentes en nuestro país, para que el público pueda conocer de primera mano el perfil de este gran director. Qazi, con el que me acabo de comunicar hace unos minutos, se encuentra en pleno viaje por la India, en la ciudad de Calcuta, cuna del cine de autor indio o paralel cinema, y desde ahí nos envía un saludo y nos anima a descubrir esta retrospectiva.
Mrinal Sen nació en 1923 en Faridpur, actual Bangladesh. Después de trasladarse a Calcuta para estudiar Física en la Universidad, comenzó a militar en la sección cultural del Partido Comunista. Su primer largometraje, Raatboor (1955), pasó desapercibido, pero no tardó en darse a conocer en el mundo del cine con Neel Akasher Nichey (1959) y Baishey Sravana (1960), donde ya se hizo visible su compromiso político con la erradicación de la desigualdad social. No obstante, su obra no alcanzaría repercusión internacional hasta Bhuvan Shome (1969), película precursora del denominado Nuevo Cine Indio. Su producción cinematográfica es claramente comprometida y nunca ha perdido vigencia, por cuanto los grandes temas que ha desarrollado constituyen la épica social de los desfavorecidos. Es un clásico universal del cine indio, cuya obra ha sido premiada en los festivales de Cannes, Berlín, Venecia, Chicago, el Cairo, Karlovy Vary o Moscú. El enemigo para él no estaba fuera del país, sino dentro de la propia clase media de una sociedad que él retrata integrando las influencias del existencialismo, el surrealismo y el marxismo, al igual que la intensidad del expresionismo alemán, la “nouvelle vague” francesa y el neorrealismo italiano.
Desde estas líneas quiero agradecer a Casa Asia por convertirse, un año más, en la sede de esta retrospectiva que forma la programación de ImagineIndia Bcn para el presente año, y sobre todo, a Qazi Abdur Rahim, el director de ImagineIndia Film Festival, el festival de cine indio que desde hace nueve ediciones se presenta en Madrid a lo largo del mes de Mayo, por su generosidad al brindarnos estas copias, inexistentes en nuestro país, para que el público pueda conocer de primera mano el perfil de este gran director. Qazi, con el que me acabo de comunicar hace unos minutos, se encuentra en pleno viaje por la India, en la ciudad de Calcuta, cuna del cine de autor indio o paralel cinema, y desde ahí nos envía un saludo y nos anima a descubrir esta retrospectiva.
Mrinal Sen nació en 1923 en Faridpur, actual Bangladesh. Después de trasladarse a Calcuta para estudiar Física en la Universidad, comenzó a militar en la sección cultural del Partido Comunista. Su primer largometraje, Raatboor (1955), pasó desapercibido, pero no tardó en darse a conocer en el mundo del cine con Neel Akasher Nichey (1959) y Baishey Sravana (1960), donde ya se hizo visible su compromiso político con la erradicación de la desigualdad social. No obstante, su obra no alcanzaría repercusión internacional hasta Bhuvan Shome (1969), película precursora del denominado Nuevo Cine Indio. Su producción cinematográfica es claramente comprometida y nunca ha perdido vigencia, por cuanto los grandes temas que ha desarrollado constituyen la épica social de los desfavorecidos. Es un clásico universal del cine indio, cuya obra ha sido premiada en los festivales de Cannes, Berlín, Venecia, Chicago, el Cairo, Karlovy Vary o Moscú. El enemigo para él no estaba fuera del país, sino dentro de la propia clase media de una sociedad que él retrata integrando las influencias del existencialismo, el surrealismo y el marxismo, al igual que la intensidad del expresionismo alemán, la “nouvelle vague” francesa y el neorrealismo italiano.
sábado, 11 de diciembre de 2010
ALGUNAS COSAS SOBRE RABINDRANATH TAGORE
Rabindranath Tagore, que murió en 1941 a la edad de ochenta años, es una figura descollante en la literatura milenaria de Bengala. Cualquiera que llegue a familiarizarse con esta larga y floreciente tradición quedará impresionado por la poderosa presencia de Tagore en Bangladesh y en la India. Su poesía, al igual que sus novelas, cuentos y ensayos, se leen en todas partes, y las canciones que compuso se escuchan en Calcuta y en todo Bangladesh.
Por el contrario, el revuelo que los escritos de Tagore causaron a principios del siglo se ha desvanecido en el resto del mundo, especialmente en Europa y el continente americano. Era cosa de ver el entusiasmo con que se recibió su obra. Gitanjali, antología poética que le mereció el premio Nobel de literatura en 1913, apareció en Londres en marzo de ese año traducida al inglés, y se reeditó diez veces antes de que se anunciara el premio ese mismo noviembre. Sin embargo, en Occidente no es muy leído, y ya en 1937 Graham Greene podía decir: "en cuanto a Rabindranath Tagore, no creo que nadie, salvo Yeats, pueda tomar muy en serio sus poemas".
El contraste entre la presencia rectora de Tagore en la literatura y la civilización bengalí, y su casi total eclipse en el resto del mundo es tal vez menos interesante que la diferencia entre considerar a Tagore como un pensador contemporáneo importante y polifacético en Bangladesh y la India, por un lado, y verlo en Occidente como un espiritualista monótono y lejano, por el otro. El propio Graham Greene explicaba que Tagore le evocaba "lo que Chesterton llama los brillantes ojos de acerina de los teósofos". En efecto, cierto aire de misticismo contribuyó a que Yeats, Pound y los primeros admiradores de Tagore lo promovieran en Occidente. Incluso Anna Ajmátova, una de las pocas admiradoras que tendría después Tagore (ella tradujo sus poemas al ruso a mediados de los años sesenta), habla de "ese poderoso torrente de poesía que saca su fuerza del hinduismo y del Ganges y se llama Rabindranath Tagore".
Rabindranath provenía de una familia hindú, de un linaje que había poseído tierras sobre todo en lo que hoy es Bangladesh. Pero a pesar de lo acertada que pudo haber sido la alusión de Ajmátova al hinduismo y al Ganges, ello no fue obstáculo para que los habitantes de Bangladesh, musulmanes en su mayoría, se identificaran profundamente con Tagore y sus ideas. Y tampoco fue obstáculo para que Bangladesh, independizada, escogiera una de las canciones de Tagore ("Amar Sonar Bangla", que significa "Mi dorada Bengala") como himno nacional. Esto puede resultar muy desconcertante para quienes ven el mundo contemporáneo como una "colisión de civilizaciones" donde "las culturas musulmanas", "la civilización hindú" y "la civilización occidental" chocan entre sí.
También se desconcertarían con la descripción que Rabindranath Tagore hace de su familia bengalí como el producto de "la confluencia de tres culturas: la hindú, la mahometana y la británica". (1) El abuelo de Rabindranath, Dwarkanath, tenía fama por su dominio del árabe y el persa, y Rabindranath creció en un medio familiar en que el profundo conocimiento del sánscrito y los viejos textos hindúes se combinaba con la comprensión de las tradiciones islámicas y la literatura persa. No es que Rabindranath tratara de producir la "síntesis" de las diferentes religiones (como con tanto ahínco lo intentó el gran emperador mongol Akbar), ni que tuviera interés en hacerlo, sino que su perspectiva lo llevaba a impugnar con decisión el sectarismo; y sus escritos –alrededor de 200 libros– muestran el influjo de diferentes componentes del legado cultural indio así como del resto del mundo. (2) La mayor parte de su obra la escribió en Santiniketan (morada de la paz), pequeña comunidad que creció en torno a la escuela que él mismo fundó en Bengala en 1901. Allí no sólo concibió un sistema de educación imaginativo e innovador, sino que, a través de sus escritos y su ascendiente sobre estudiantes y maestros, pudo utilizar la escuela como un cuartel desde el cual participar de manera importante en los movimientos sociales, políticos y culturales de la India.
El escritor profundamente original cuya elegante prosa y mágica poesía conocen muy bien los lectores bengalíes no es el espiritual gurú admirado –y luego olvidado– en Londres. Tagore no sólo fue un poeta de ingenio plural; sino también un gran cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista y compositor de canciones, así como pintor talentoso cuya obra, caprichosa mezcla figurativa y abstracta, apenas hoy comienza a recibir el reconocimiento que merecía. A mayor abundamiento, sus ensayos se ocuparon de literatura, política, cultura, fenómenos sociales, creencias religiosas, análisis filosóficos, relaciones internacionales y mucho más.
Francisco Valdés Ugalde
Por el contrario, el revuelo que los escritos de Tagore causaron a principios del siglo se ha desvanecido en el resto del mundo, especialmente en Europa y el continente americano. Era cosa de ver el entusiasmo con que se recibió su obra. Gitanjali, antología poética que le mereció el premio Nobel de literatura en 1913, apareció en Londres en marzo de ese año traducida al inglés, y se reeditó diez veces antes de que se anunciara el premio ese mismo noviembre. Sin embargo, en Occidente no es muy leído, y ya en 1937 Graham Greene podía decir: "en cuanto a Rabindranath Tagore, no creo que nadie, salvo Yeats, pueda tomar muy en serio sus poemas".
El contraste entre la presencia rectora de Tagore en la literatura y la civilización bengalí, y su casi total eclipse en el resto del mundo es tal vez menos interesante que la diferencia entre considerar a Tagore como un pensador contemporáneo importante y polifacético en Bangladesh y la India, por un lado, y verlo en Occidente como un espiritualista monótono y lejano, por el otro. El propio Graham Greene explicaba que Tagore le evocaba "lo que Chesterton llama los brillantes ojos de acerina de los teósofos". En efecto, cierto aire de misticismo contribuyó a que Yeats, Pound y los primeros admiradores de Tagore lo promovieran en Occidente. Incluso Anna Ajmátova, una de las pocas admiradoras que tendría después Tagore (ella tradujo sus poemas al ruso a mediados de los años sesenta), habla de "ese poderoso torrente de poesía que saca su fuerza del hinduismo y del Ganges y se llama Rabindranath Tagore".
Rabindranath provenía de una familia hindú, de un linaje que había poseído tierras sobre todo en lo que hoy es Bangladesh. Pero a pesar de lo acertada que pudo haber sido la alusión de Ajmátova al hinduismo y al Ganges, ello no fue obstáculo para que los habitantes de Bangladesh, musulmanes en su mayoría, se identificaran profundamente con Tagore y sus ideas. Y tampoco fue obstáculo para que Bangladesh, independizada, escogiera una de las canciones de Tagore ("Amar Sonar Bangla", que significa "Mi dorada Bengala") como himno nacional. Esto puede resultar muy desconcertante para quienes ven el mundo contemporáneo como una "colisión de civilizaciones" donde "las culturas musulmanas", "la civilización hindú" y "la civilización occidental" chocan entre sí.
También se desconcertarían con la descripción que Rabindranath Tagore hace de su familia bengalí como el producto de "la confluencia de tres culturas: la hindú, la mahometana y la británica". (1) El abuelo de Rabindranath, Dwarkanath, tenía fama por su dominio del árabe y el persa, y Rabindranath creció en un medio familiar en que el profundo conocimiento del sánscrito y los viejos textos hindúes se combinaba con la comprensión de las tradiciones islámicas y la literatura persa. No es que Rabindranath tratara de producir la "síntesis" de las diferentes religiones (como con tanto ahínco lo intentó el gran emperador mongol Akbar), ni que tuviera interés en hacerlo, sino que su perspectiva lo llevaba a impugnar con decisión el sectarismo; y sus escritos –alrededor de 200 libros– muestran el influjo de diferentes componentes del legado cultural indio así como del resto del mundo. (2) La mayor parte de su obra la escribió en Santiniketan (morada de la paz), pequeña comunidad que creció en torno a la escuela que él mismo fundó en Bengala en 1901. Allí no sólo concibió un sistema de educación imaginativo e innovador, sino que, a través de sus escritos y su ascendiente sobre estudiantes y maestros, pudo utilizar la escuela como un cuartel desde el cual participar de manera importante en los movimientos sociales, políticos y culturales de la India.
El escritor profundamente original cuya elegante prosa y mágica poesía conocen muy bien los lectores bengalíes no es el espiritual gurú admirado –y luego olvidado– en Londres. Tagore no sólo fue un poeta de ingenio plural; sino también un gran cuentista, novelista, dramaturgo, ensayista y compositor de canciones, así como pintor talentoso cuya obra, caprichosa mezcla figurativa y abstracta, apenas hoy comienza a recibir el reconocimiento que merecía. A mayor abundamiento, sus ensayos se ocuparon de literatura, política, cultura, fenómenos sociales, creencias religiosas, análisis filosóficos, relaciones internacionales y mucho más.
Francisco Valdés Ugalde
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